Marisa López Soria
Así como la altura de un hombre depende de los libros que le han servido de base, el ADN de los seres humanos está hecho de historias, no de huesos o músculos, sino de historias.
La ficción es el instrumento que nos ha hecho Homo Sapiens; la inventiva es el elemento originario que ha tenido nuestra especie para entender simbólicamente que es la realidad.
La ficción de Mariano Sanz es una gran metáfora sobre la realidad de lo que somos como partículas multiatómicas los seres humanos. La literatura es la historia de la conducta humana que desde que comenzó el lenguaje está intentando explicar nuestra forma de ser.
La ficción se cuenta por medio de personajes. Y los personajes de Mariano son todos complejos o simples, con la singularidad que los convierte en seres nada comunes. No son protagonistas de pocos trazos, están elaborados, no son de una sola pieza, posiblemente porque los vemos arrastrar un pasado, serpentino, difícil o curvo, así que lo interesante es ver cómo nos llevan a su terreno y nos introducen con sencillez en su mundo, hasta hacernos cómplices y participes, hasta tomar un partido inexcusable.
Porque el autor también juega con el tiempo, muchas veces la de un tiempo pasado como elemento fundamental de la narrativa, el que produce los cambios de conducta.
A Mariano se le puede presentar también de forma más convencional diciendo que vive en el campo, que es viajero impenitente, interesante contertulio en su maravilloso retiro, un devorador de libros y amante de su compañera Mari Carmen y de la Historia. A esta última la incorpora abiertamente a su vida literaria hasta llevarnos a las cavernas, a la Grecia de la Ilíada o al mito del incansable Sísifo.
Mariano se nos manifiesta muchas veces crítico, pero sin acritud ni asperezas, más bien conocedor de las cercanías del género humano, las trascendentales y las emocionales.
Sus textos, llenos de contenido filosófico mesurado, echan mano de lo tradicional, Cipriano el cojo, gente humilde con sentires de todos. En sus relatos encontramos lo grotesco, lo irónico, los recelos, la muerte como en La caza, o nos lleva hasta el realismo mágico con Saturnio, los ojos, la mirada y la muerte, o en el relato La piscina donde asoma la ironía más acida y la búsqueda del otro que es uno mismo, o la imaginación, el maltrato, el cine y la ficción…
Y siempre el humos, su humor irónico. Un humor que no utiliza para nada el escarnio o la mofa, pero acude al esperpento en El ojo mágico del zapatero, uno de mis favoritos, más bien para el retintín y el sonsonete, para llamar con sutileza nuestra atención.
Se le podría llamar dadaísta a mariano, pues narra disparates con tanta naturalidad, y esparce el surrealismo y el absurdo con tal llaneza y ligereza (pese al trasfondo metafísico) que no puede dejar de relacionarse con ciertas grandes figuras de esos movimientos. Incluso, y no exagero y voy más allá, con el mejor Cervantes.
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