jueves, 3 de octubre de 2019

MIRA SI YO TE QUERRÉ



Mariano Sanz Navarro

LEANTE, LUIS, Mira si yo te querré, Alfaguara, Barcelona, 2007- Premio Alfaguara, 2007
Lo normal es que un premio Alfaguara no defraude. El caso de esta novela no es una excepción, sino una potente reafirmación. Después de su lectura el sabor de la arena del desierto movida por el irifi, parece rechinar entre los dientes invitando a sumergirse en su lectura de nuevo.
Si los ambientes que en el libro se describen –los campamentos saharauis de la hammada de Tinduf, El Aiún saharaui, la Barcelona de la época-, son bien conocidos por quien esto escribe, el placer se convierte en algo íntimo y participativo.
Que Luis Leante escribe bien continúa la retahíla de obviedades, esta novela es buena muestra de ello. Resulta fácil imaginar al autor compartiendo "mili" con esos soldados de la Legión que tan bien describe, paseando por el barrio de Hata-Rambla, que en su día formaría parte de la rebelión saharaui que culminó con el abandono de España; sumergiéndose en el inclemente desierto y formando parte del éxodo saharaui hacia Tifariti y más tarde hacia Tinduf.
La novela nos sitúa en los últimos tiempos de las tropas españolas –finales de 1975- en la que fuera provincia española nº 51 hasta su vergonzoso abandono por el gobierno español. La “Operación Golondrina” consistió en la repatriación del ejército y los civiles –difuntos incluidos-,  mientras España se debatía en los últimos estertores del franquismo, enfrentado a la transición que se avecinaba en un horizonte de negros nubarrones. Hassan II, aconsejado por el socio americano, no desaprovecharía la ocasión lanzando “La marcha verde” hacia el sur, mientras el ejercito mauritano avanzaba hacia el norte buscando su parte del botín.
Una doctora barcelonesa, un bribonzuelo conquistador de incautas adolescentes devenido en legionario, unas mujeres saharauis secuestradas por militares corruptos, los exiliados en la hamada argelina, y otros variopintos personajes, son los mimbres con los que Leante compone un ágil relato de prosa impecable.
A través de Montse, la protagonista, nos descubre la miseria ignorante de Rabuni, la ciudad-villorrio en cuyos arrabales se hacinan los pobres entre los pobres. El joven conquistador, más tarde legionario, participa en el éxodo saharaui hacia Tifariti y luego hasta la áspera hammada de Tinduf, en tierra argelina. Allí subsisten -no se sabe cuántos-, aquellos huidos y sus descendientes, en tiendas de lona y precarias construcciones de adobe que las lluvias se esfuerzan por destruir periódicamente. El estado español y sus distintos gobiernos, ricos en promesas desde que el entonces príncipe asegurara a los saharauis que no los abandonaría, se plantean periódicamente las consecuencias de aquella huida y la situación de los miles de almas abandonados en las soledades yermas. España nunca cedió a Marruecos la soberanía sobre el territorio (si es que la tenía) pero ante la dolorosa y difícil cuestión, todos los gobiernos se han apresurado a olvidar el asunto con similar presteza.
“Podríamos excavar cimientos, construir edificios, trazar calles, hacer alcantarillados. Pero eso significaría que nos hemos dado por vencidos” (175), dirá uno de aquellos exiliados forzosos. Y así seguimos, cuarenta y tantos años después.

Un único pesar queda después de la lectura: no haber descubierto la novela antes.

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