Mariano Sanz Navarro
D. Emilio Castelar –personaje de gran relevancia político-literaria del S.XIX, tan vinculado a nuestra tierra que la escogió como residencia para sus últimos momentos-, sostenía en sus Recuerdos de Italia, que el objetivo de los libros debe ser delectare et docere, tomando tal afirmación de Horacio, que ya la postulaba en su Epístola a los Pisones. Desde bien joven me impresionó el aserto, y eso he perseguido en mis lecturas desde entonces, deleitarme y aprender con ellas. Quizás por eso mi interés se ha centrado- sin desdeñar otros- en los libros de viajes y en la novela histórica, géneros que casi siempre vienen aparejados, como es el caso de Marcel Druón y su saga de Los Reyes malditos, C.S. Forester con su personaje Hornblower, y tantos otros.
MIRA,
MANUEL ENRIQUE, La última llave, Ateneo
de Sevilla, 2019
D. Emilio Castelar –personaje de gran relevancia político-literaria del S.XIX, tan vinculado a nuestra tierra que la escogió como residencia para sus últimos momentos-, sostenía en sus Recuerdos de Italia, que el objetivo de los libros debe ser delectare et docere, tomando tal afirmación de Horacio, que ya la postulaba en su Epístola a los Pisones. Desde bien joven me impresionó el aserto, y eso he perseguido en mis lecturas desde entonces, deleitarme y aprender con ellas. Quizás por eso mi interés se ha centrado- sin desdeñar otros- en los libros de viajes y en la novela histórica, géneros que casi siempre vienen aparejados, como es el caso de Marcel Druón y su saga de Los Reyes malditos, C.S. Forester con su personaje Hornblower, y tantos otros.
A
esa categoría de libros que tantas satisfacciones me han proporcionado a lo
largo de mi ya dilatada vida de lector, acabo de añadir una estupenda novela: La última llave, de Manuel Enrique Mira,
finalista del 50º premio de novela del Ateneo de Sevilla. Podría figurar, la
que nos narra, entre las historias de médicos errantes, como el Sinuhé de Mika Waltari,
El médico de Noah Gordon o el Hakim de John Knittels. El médico de La última llave es un judío, también errabundo a su pesar como consecuencia de la diáspora a que
se vio sometido su pueblo por el edicto dado en la Cortes de Toledo en el año
1480 por los Reyes Católicos, y el largo periodo de vergonzosa Inquisición que
padeció España desde entonces hasta su abolición en las Cortes de Cádiz de 1812.
La
trama comienza cuando un monje es requerido en una noche de furiosa tormenta
para que acuda al lecho de un moribundo que suplica ser escuchado en confesión.
El agonizante resulta ser un viejo conocido compañero de armas de cuando, hace
muchos años, ambos se habían batido en duelo. Como es lógico, no eran entonces
frailes, y el enfermo, a lo largo de la
noche que lo aproxima a su destino final, va desgranando la historia de sus
andanzas incluido algún pecado de difícil absolución.
El
confesor, Fr. Raimundo de Caravaca, había acudido a Jerusalén abrumado por el
peso de unas armas a cuyo poder maléfico renuncia, ofertándolas en señal de paz
sobre la Piedra de la Deposición, para tomar a renglón seguido el hábito del mínimo y dulce Francisco de Asís (51)
A
partir de ahí la historia va fluyendo, introduciéndonos en una época
oscurantista (1470) en la que la Inquisición velaba por las buenas costumbres y
la pureza religiosa, aceptándose sin más, denuncias anónimas que, en muchas
ocasiones ocultaban intereses espurios que nada tenían que ver con las prácticas
devotas: Daba igual la causa de la
denuncia: en todas ellas había una raíz de odio y casi todas se admitían a
trámite (188)
La
obra describe una primera época de tolerancia hacia los judíos por ser realengo
personal de los Reyes católicos, especialmente de D. Fernando, por cuyas venas corría sangre judía (69)
con una descripción documentada y prolija de los rituales y costumbres de los
judíos pobladores de la aljama (77). Un recorrido minucioso y bien ilustrado
por las costumbres de los judíos de la ciudad de Murcia en aquella época.
El
autor, con gran habilidad, mezcla personajes rigurosamente históricos (Abu Abd
Allah Muhammad az-Zaghall, los mismos Reyes Católicos durante su estancia en
Murcia, y algunos más) con otros de ficción que sirven para darle estructura y
fluidez a la historia.
Unos
pliegos que el fraile moribundo traslada a su confesor, permiten introducir en
el relato a los personajes judíos que conformarán buena parte de la narración.
No
falta, entre tanto judío perseguido por la fatalidad que abruma a su pueblo
desde hace siglos, y los amores castos y profundos que se establecen entre
ellos y otros personajes cristianos, el malvado, que también los había, en
forma de Cipriano del Río, hombre que
había escalado en la vida social con las artes y mañas de un pérfido pillo
(134), ni el villano muy villano, Baltasar Rey, enemigo mortal de los judíos (178) que a la postre, como era de
desear, reciben su merecido castigo.
Al
final del libro, el círculo se cierra…pero hasta ahí debo contar. Más vale que
el lector lo averigüe por sí mismo. Síganle la pista a La última llave, puede que al final la encuentren.