lunes, 10 de junio de 2019

LA ÚLTIMA LLAVE


Mariano Sanz Navarro 


MIRA, MANUEL ENRIQUE, La última llave, Ateneo de Sevilla, 2019

D. Emilio Castelar –personaje de gran relevancia político-literaria del S.XIX, tan vinculado a nuestra tierra que la escogió como residencia para sus últimos momentos-, sostenía en sus Recuerdos de Italia, que el objetivo de los libros debe ser delectare et docere, tomando tal afirmación de Horacio, que ya la postulaba en su Epístola a los Pisones. Desde bien joven me impresionó el aserto, y eso he perseguido en mis lecturas desde entonces, deleitarme y aprender con ellas. Quizás por eso mi interés se ha centrado- sin desdeñar otros- en los libros de viajes y en la novela histórica, géneros que casi siempre vienen aparejados, como es el caso de Marcel Druón y su saga de Los Reyes malditos, C.S. Forester con su personaje Hornblower, y tantos otros.
A esa categoría de libros que tantas satisfacciones me han proporcionado a lo largo de mi ya dilatada vida de lector, acabo de añadir una estupenda novela: La última llave, de Manuel Enrique Mira, finalista del 50º premio de novela del Ateneo de Sevilla. Podría figurar, la que nos narra, entre las historias de médicos errantes, como el Sinuhé de Mika Waltari, El médico de Noah Gordon o el Hakim de  John Knittels. El médico de La última llave es un judío, también errabundo a su  pesar como consecuencia de la diáspora a que se vio sometido su pueblo por el edicto dado en la Cortes de Toledo en el año 1480 por los Reyes Católicos, y el largo periodo de vergonzosa Inquisición que padeció España desde entonces hasta su abolición en las Cortes de Cádiz de 1812.
La trama comienza cuando un monje es requerido en una noche de furiosa tormenta para que acuda al lecho de un moribundo que suplica ser escuchado en confesión. El agonizante resulta ser un viejo conocido compañero de armas de cuando, hace muchos años, ambos se habían batido en duelo. Como es lógico, no eran entonces frailes, y el enfermo,  a lo largo de la noche que lo aproxima a su destino final, va desgranando la historia de sus andanzas incluido algún pecado de difícil absolución.
El confesor, Fr. Raimundo de Caravaca, había acudido a Jerusalén abrumado por el peso de unas armas a cuyo poder maléfico renuncia, ofertándolas en señal de paz sobre la Piedra de la Deposición, para tomar a renglón seguido el hábito del mínimo y dulce Francisco de Asís (51)
A partir de ahí la historia va fluyendo, introduciéndonos en una época oscurantista (1470) en la que la Inquisición velaba por las buenas costumbres y la pureza religiosa, aceptándose sin más, denuncias anónimas que, en muchas ocasiones ocultaban intereses espurios que nada tenían que ver con las prácticas devotas: Daba igual la causa de la denuncia: en todas ellas había una raíz de odio y casi todas se admitían a trámite (188)
La obra describe una primera época de tolerancia hacia los judíos por ser realengo personal de los Reyes católicos, especialmente de D. Fernando, por cuyas venas corría sangre judía (69) con una descripción documentada y prolija de los rituales y costumbres de los judíos pobladores de la aljama (77). Un recorrido minucioso y bien ilustrado por las costumbres de los judíos de la ciudad de Murcia en aquella época.
El autor, con gran habilidad, mezcla personajes rigurosamente históricos (Abu Abd Allah Muhammad az-Zaghall, los mismos Reyes Católicos durante su estancia en Murcia, y algunos más) con otros de ficción que sirven para darle estructura y fluidez a la historia.
Unos pliegos que el fraile moribundo traslada a su confesor, permiten introducir en el relato a los personajes judíos que conformarán buena parte de la narración.
No falta, entre tanto judío perseguido por la fatalidad que abruma a su pueblo desde hace siglos, y los amores castos y profundos que se establecen entre ellos y otros personajes cristianos, el malvado, que también los había, en forma de Cipriano del Río, hombre que había escalado en la vida social con las artes y mañas de un pérfido pillo (134), ni el villano muy villano, Baltasar Rey, enemigo mortal de los judíos (178) que a la postre, como era de desear, reciben su merecido castigo.
Al final del libro, el círculo se cierra…pero hasta ahí debo contar. Más vale que el lector lo averigüe por sí mismo. Síganle la pista a La última llave, puede que al final la encuentren.




1 comentario:

  1. Coincido en la apreciación de la novela. Bien documentada e interesante. La acabaré mañana.

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