Mariano Sanz Navarro
A los pocos día de leer
“Mamíferos que escriben”, mi primer y agradable encuentro con Manuel Moyano,
tuve la oportunidad de acudir a la ágil presentación que Paco López Mengual le
hizo en Molina a la obra más reciente del autor, “Los reinos de otrora”
ilustrada de forma preciosista por Jesús Montoia.
Confieso mi ignorancia, hasta ese
momento, acerca de la obra de este autor, que por próximo resulta más
sangrante: ha escrito numerosas novelas: El
amigo de Kafka, La coartada del diablo, El imperio de Yogorov, La hipótesis de
Saint-Germain, La agenda negra, El abismo verde, algunas de narrativa breve: El oro celeste, El experimento Wolberg,
Teatro de cenizas, y otras varias con muchas de las cuales ha obtenido
numerosos premios y galardones.
Si en “Mamíferos” queda el lector
sorprendido por una prosa rica y llena de agilidad en la que el autor se
aproxima a ciertos escritores-fetiche a
través de la huella que dejaron en casas, ciudades, cementerios o tabernas (10),
en “Los reinos” el efecto se amplía de forma notable. Se trata de siete relatos
hilvanados entre sí, con un exordio o antecedente y una coda final en los que
el autor hace que el protagonista nos ilustre sobre los relatos que ha ido
reuniendo a través de azarosas aventuras. Ya en el reposo de la senectud, los
reúne para nuestro deleite y aprendizaje. Todo sucede en un mundo tan
fantástico que podría ser real, y las pocas referencias temporales (La peste
negra del S. XIV) que proporciona el autor, permiten al lector situar el relato
en la época pretérita que sea más de su agrado. Resulta inevitable hallarle
cierto paralelismo con “El Principito” de St. Exupery. También aquí el
escribano recorre países imaginarios, esta vez en compañía de su tío Nicodemo
-quien sabe si el nombre pretende retrotraernos a la figura del sabio judío- en
los que va experimentando azarosos avatares llenos de peligros de los que saca
provechosas enseñanzas. Otra reminiscencia inevitable se encuentra en el relato
“El caballero Alamor”, que nos aboca inevitablemente al otro caballero
manchego, también desastrado y fuera de la realidad, también con un “escudero”
de fidelidad perruna, y también cercano a un personaje que relatará sus hechos
-aquí ya retratado sin ambages como Cide Hamete- que “tanto movería a risa al melancólico
como placería al grave” (87), el mismo que en otro lugar había escrito: el melancólico se mueva a risa, el risueño
la acreciente, el simple no se enfade…
La edición es original y muy
cuidada, las ilustraciones de Montoia perfectamente adecuadas a la época,
realzan la belleza del libro a pesar de la necesaria limitación de formato, lo
que resultaba evidente al contemplar los originales durante la presentación.
Si algún reparo habría que ponerle
a la obra es su brevedad, que deja al lector con ganas de seguir leyendo. Puede
que encuentre consuelo en la promesa que contiene la coda: Tal vez pluguiera al lector saber algo sobre la aventura que corrimos
en Gabdí […] o sobre nuestra estancia junto a los anacoretas de Ilya…( 119). El
tiempo lo dirá. Esperemos nuevas aventuras del sobrino de Nicodemo.
MOYANO, MANUEL, Los reinos de otrora, Ed. Pez de Plata, S.L., Oviedo, 2018
MOYANO, MANUEL, Los reinos de otrora, Ed. Pez de Plata, S.L., Oviedo, 2018