viernes, 5 de enero de 2018

PROSAS DE ATARDECER

Mariano Sanz Navarro

Este libro de José Cubero Luna (Valencia de Alcántara, Cáceres, 1943) culmina una serie de escritos (El resplandor de la memoria, Sota de bastos, El archivo, Alevín de Franco, Memorias de un niño murciano), que abarcan también la poesía (Extremadura en la distancia) y dan el perfil de un escritor polifacético poseedor de una vena artística que se completa con el dibujo y la pintura en las que destaca de forma notable.
Se trata de un relato intimista, un diario cálido y vital que busca el encuentro consigo mismo, añorando ‘la memoria olvidada’ (46) de la propia infancia, ‘del hombre que mata al niño al olvidar su niñez’ (165), de un escritor que siempre viaja con un libro en la mano, “talismán personal que lo protege, que lo aísla, que lo deja al margen del general descuido y lo sumerge en el mundo mentido de la literatura” (69).
Como en otras obras, es recurrente mirada a la infancia de un autor que “siempre ha anhelado lo pueril, lo banal, lo que no tiene venta material, lo que nada vale para el común denominador de los hombres (61). Se trata, en este caso de las reflexiones de un escritor funcionario, “un aventurero frustrado, oficinista rebelde y soñador empedernido” (132) que podrían habérsenos ocurrido a cualquiera de nosotros: ‘Mi hijo ha logrado que pueda comprender mejor a mi padre’ (46), ‘Debo a la tartamudez una introspección perpetua, yo era el niño que se inventó a sí mismo’ (51). Su mérito estriba en que acierta a poner por escrito cosas que todos sabemos o sentimos pero que no encontramos la habilidad necesaria para plasmarlas de una forma coherente y atractiva.
Hay en este libro una madurez introspectiva que lo distancia de la anécdota vital reflejada en su obra anterior ‘Memorias de un niño murciano’. Aquí se trata de los sentimientos que el autor ha recogido a lo largo de muchos años en una trama que tiene una palpable continuidad.  Hay numerosas referencias culturales que hacen evidente su amplia formación humanística y el acervo acumulado a lo largo de muchos años, con un dominio ágil y plateresco del idioma, en ‘un juego apasionante, tenaz y rocambolesco’ (54) que atribuye a sus muchas lecturas, entre otras de Valle Inclán, y que ejerce él mismo con maestría.
Es, como las Meditaciones de Marco Aurelio, un libro para tener a mano, para echarle una mirada a cualquiera de sus capítulos encontrados al azar, sabiendo que nos inducirá a una reflexión, acerba o plácida, pero siempre cercana y útil.

El dibujo de Guillermina S. Oró refleja el mensaje que se ha de encontrar en el interior, la misma sencillez evocadora de los instrumentos de escritura que serán los mensajeros de la idea del autor, y Murcialibro, en su línea ascendente y cuidadosa en lo que representa el libro como objeto, componen la sinfonía exterior de esta magnífica obra.

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