Mariano Sanz Navarro
Ed. Murcialibro, Murcia, 2017
A José Cubero Luna lo separan ya unos cuantos años de su infancia, pero ha retenido, con una memoria prodigiosa, aquellos tiempos para dejarlos reflejados en este libro. Nos cuenta, con pormenorizados detalles de un preciosismo barroco, los avatares de un chiquillo de barrio murciano, casi extramuros, en la época de posguerra donde la vida era difícil para todos, especialmente para los niños que no encontraban explicación para aquella carestía extrema. Cosas que hoy forman parte de nuestro mundo habitual, eran a la sazón artículos de lujo solo entrevistos en las grandes solemnidades. El barrio, adyacente a la huerta, ofrecía a los rapaces una fuente interminable de aventuras y aprendizajes que el autor nos relata con minuciosidad, en un mosaico de personajes (el carbonero, el Pichilate, la tía Melitona, los niños de la Misericordia) a muchos de los cuales, cualquier habitante de Murcia que viviera aquellos años le resultarán familiares. Es un libro intimista, de mesa de camilla, de abuelos a los que les resulta imposible resistirse a comentar: ‘Yo también recuerdo los braseros de picón, y el lechero de la bicicleta con las cántaras metálicas, y los silencios tenebrosos con el Señor muerto en Semana Santa, y al pipero de las cuatro esquinas…’
Ed. Murcialibro, Murcia, 2017
A José Cubero Luna lo separan ya unos cuantos años de su infancia, pero ha retenido, con una memoria prodigiosa, aquellos tiempos para dejarlos reflejados en este libro. Nos cuenta, con pormenorizados detalles de un preciosismo barroco, los avatares de un chiquillo de barrio murciano, casi extramuros, en la época de posguerra donde la vida era difícil para todos, especialmente para los niños que no encontraban explicación para aquella carestía extrema. Cosas que hoy forman parte de nuestro mundo habitual, eran a la sazón artículos de lujo solo entrevistos en las grandes solemnidades. El barrio, adyacente a la huerta, ofrecía a los rapaces una fuente interminable de aventuras y aprendizajes que el autor nos relata con minuciosidad, en un mosaico de personajes (el carbonero, el Pichilate, la tía Melitona, los niños de la Misericordia) a muchos de los cuales, cualquier habitante de Murcia que viviera aquellos años le resultarán familiares. Es un libro intimista, de mesa de camilla, de abuelos a los que les resulta imposible resistirse a comentar: ‘Yo también recuerdo los braseros de picón, y el lechero de la bicicleta con las cántaras metálicas, y los silencios tenebrosos con el Señor muerto en Semana Santa, y al pipero de las cuatro esquinas…’
Con la amable lectura de este libro, muchos nos sentiremos
participes de las andanzas de aquel niño y añoraremos con él los tiempos de una
infancia que el autor nos ayuda a recordar. Es, también, documento interesante
para os que no vivieron aquella época y sientan la inquietud de conocer, de
primera mano, avatares ya olvidados que conformaron la vida y los hechos de sus
padres y sus abuelos.
La edición, a cargo de Murcialibro es sobria y cuidada, la
letra –elemento siempre valorable para los que fuimos niños en aquella época-
amable de leer, y la portada de Fargas muy a tono con el contenido. Conviene
hacerse con libro, será difícil que les defraude.
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