domingo, 19 de febrero de 2017

SI ESTO ES UN HOMBRE

Mariano Sanz Navarro

LEVI, PRIMO, Si esto es un hombre, Austral, Barcelona, 2016
¡El horror!¡El horror!, escribía Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas. Y explicaba: Sobre aquella cara de marfil vi la expresión del orgullo sombrío, del poder despótico, del terror más abyecto, de la desesperación más completa y definitiva.
Imposible no recordar estas frases leyendo Si esto es un hombre de Primo Levi, la descripción del calvario inhumano sufrido por el autor en el campo de concentración (de exterminio, mejor) de Monowitz, cerca de Auschwitz, donde la esperanza de salida era sólo por la chimenea. Otra visión del horror con que unos hombres son capaces de someter a otros, como si ‘esos otros’ fueran monstruosos animales que no pertenecieran a su misma especie.
Levi fue uno de los pocos supervivientes de aquel campo, al que fue conducido sin más razones que la de ser judío, cuando los nazis iniciaron su enloquecido programa de limpieza étnica considerándose la raza preponderante en una interpretación torticera de los principios darwinianos.
Dice Levi en el prefacio de su libro, que no lo ha escrito con la intención de formular nuevos cargos, sino para proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana (p.7). Ojalá que su objetivo se cumpla. Fue terrible lo ocurrido durante la segunda Guerra Mundial, y más terrible aún lo sucedido en la retaguardia alemana a lo largo de toda ella. La barbarie, el odio al diferente por el solo hecho de serlo, se instaló en una población adormecida por las consignas, la obediencia ciega que les exigía el sistema nazi, y el miedo que suponía alejarse de los principios universalmente aceptados por terribles e injustos que fueran. Nadie miraba hacia dentro, sino hacia fuera.
El relato, que mantiene el corazón del lector encogido durante toda su lectura, está elaborado con una crudeza descarnada, como si los hechos –terribles- que se describen en él, le hubieran sucedido a un personaje de ficción y no al autor. Al igual que en el infierno de Dante, para los que cayeron en el abismo de los campos de exterminio, la esperanza desaparecía desde el momento de su llegada, por más que un instinto de supervivencia ancestral mantuviera flotando sobre la vida hombres reducidos a una condición sub-humana: Fueron las incomodidades, los golpes, el frío, la sed, lo que nos mantuvo a flote sobre una desesperación sin fondo (p.16)
Tras un viaje demencial, transportados desde lugares diferentes de Alemania, Francia o Italia hasta la lejana y gélida Polonia, llegaban los prisioneros al conjunto de campos de Auschwitz. El viaje habia sido el primer paso del exterminio: durante días, hacinados en vagones de ganado, hombres, mujeres y niños, sin agua ni comida, en un ambiente pestilente, se inicia el proceso de bestialización que solo concluiría con la muerte. Al llegar, por fin, en menos de diez minutos todos los que éramos hombres útiles estuvimos reunidos en un grupo. Lo que fue de los demás, de las mujeres, de los niños, de los viejos, no pudimos saberlo ni entonces ni después: la noche se los tragó, pura y simplemente. (P.19). Alli se deshicieron las familias y se perdieron de vista los seres próximos para siempre. Muchos, ya en ese primer momento, se dejaron llevar por la desesperanza ciega que engendra la injusticia contra la que es imposible revelarse, y dejaron de vivir el futuro para seguir un instinto básico que los llevaba a concentrarse en un presente inmediato. Para ellos, hace meses, años, que el problema del futuro remoto se ha descolorido, ha perdido toda su agudeza, frente a los mundos más urgentes y concretos problemas del futuro próximo: cuando comeremos hoy, si nevará, si habrá que descargar carbón. Si fuésemos razonables tendríamos que resignarnos a esta evidencia: que nuestro destino es perfectamente desconocido, que toda conjetura es arbitraria y totalmente privada de cualquier fundamento real. P.37
El relato del tiempo inacabable de permanencia en el campo es el de las complejas relaciones de egoísmo al que aboca la necesidad de sobrevivir: La lucha por la supervivencia no tiene remisión porque cada uno está desesperadamente, ferozmente solo. (P.96) Y se desvela lo peor del ser humano: Está dentro del orden normal de las cosas que los privilegiados opriman a los no privilegiados: esa es la ley humana que rige toda la estructura social del campo. (P.46) Ofrézcase a algunos individuos es estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural con sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte. P.99

Cuesta trabajo, después de la lectura, no revisar desde el principio todos los conceptos adquiridos –impostados, con frecuencia- sobre la necesaria solidaridad, el respeto y la fraternidad universal que hasta el momento nos parecían valores de uso común en nuestra especie. La teoría impuesta por la necesaria convivencia, que llevamos practicando con éxito diferente desde tiempo inmemorial, no concuerda con la práctica cuando la situación se hace extrema y los valores al uso se invierten. La conclusión es dramática, y la única esperanza es imaginar un futuro donde la naturaleza humana no se ponga en condiciones de dificultad. Las consecuencias, como cuenta Levi, pueden ser terroríficas.
Un libro imprescindible para que la memoria no se pierda.






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