Mariano Sanz Navarro
LOPEZ MONDEJAR, LOLA, Cada noche, cada noche, ed. Siruela, 2016.
LOPEZ MONDEJAR, LOLA, Cada noche, cada noche, ed. Siruela, 2016.
Nos dice la solapa del libro que la autora, psicoanalista y
escritora, tiene en su haber unos cuantos libros anteriores: Una casa en La Habana, Yo nací con la bossa
nova, No quedará la noche, Lenguas vivas, Mi amor desgraciado (finalista
del XXI Premio Internacional de novela Torrente Ballester, 2010), y
La primera vez que no te quiero, estas últimas publicadas por Siruela. También otros libros de relatos: El pensamiento mudo de los peces, Lazos de
sangre y La pequeña burguesía; y algunos de ensayo: El factor Munchausen. Psicoanálisis y creatividad, y Una espina en la carne; que colabora
habitualmente con La Opinión de Murcia, donde mantiene el blog Microscopías. El curriculum literario es
impresionante.
Vayamos ahora a Cada
noche, cada noche.
Coincido en muchas cosas con Lola López Modéjar,
especialmente en una frase de esta novela: ‘el mundo editorial, a la caza de
los cada vez más escasos lectores, busca textos tan banales que las mejores
novelas de los siglos XIX Y XX no se habrían publicado si de nuestros editores
actuales dependiese’ (p.185). Esta novela es la excepción que confirma esa
regla, y su editorial, otra excepción.
La autora, que se finge otra, como aquel se escudaba tras
Cide Amete Benengeli, desafía el reto a lo largo de la obra encarnándose en el
ultimo tranco de la vida de su personaje Dolores Schiller, hija de Lolita, el
personaje de Navokof a la que rescata a través de un diario lleno de ternura y
sensibilidad.
Lola es terapeuta y se le nota. Encarna los personajes hasta
hacérnoslos familiares y cotidianos. Acabamos compartiendo con ella el terrible
equivoco de Lolita ‘la nínfula que no existe, fuera de la obsesión que destruye
a Humbert, y este es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido
falseado por una popularidad artificiosa’ (p. 189). En mi opinión –y en la de
Pascual Vera, que así lo manifestó en su brillante presentación en Murcia- ese
efecto lo causó principalmente la película, en la que se presentaba a la
protagonista con bastantes más años que la de la novela, y en poses de
vampiresa (recuérdese su aparición en la escena del jardín) soslayando el
aspecto de perversión que se da entre un hombre de cuarenta y tantos años y una
niña de doce. La película proporciona la sensación de que la jovencita no es
excesivamente renuente a las relaciones con su padrastro, incluso lo utiliza de
forma caprichosa después que ha tenido su primera experiencia sexual en el campamento
de verano. Sin embargo ‘Lolita no es una niña perversa. Es una pobre niña a
quien corrompen y cuyos sentidos no ceden jamás bajo las caricias del inmundo
señor Humbert’ (p.189), ‘que aprovechó su poder, su edad, la indefensión de la
niña, para imponer en su cuerpo su deseo como un conquistador impone su
gobierno en las colonias desarmadas’ (p.89).
‘Yo cuento historias verdaderas, dice la autora’ (p.14)
desarmando al lector de toda sospecha de fantasía en la trama. Y lo
arrastra, haciéndolo su cómplice, a lo largo de todo el libro: ‘ya lo ven’
‘¿están dispuestos?’, ‘me quedan algunas cosas que contarles’, etc., por más que de vez en cuando nos
proporcione alguna pista de lo contrario: ‘Mi árbol genealógico está formado
por fantasmas’ (p.22)
La de Humber y Lolita es la historia de un pederasta que
arrastra a una niña a ‘su mundo de sombras’, intentando justificar el
irresistible atracción que siente el pervertido. Lo que más tarde hizo la
película y la propaganda interesada, es otra cosa. A desmontar ese mito es a lo
que se aplica Lola en esta novela. Y lo logra, con una maestría fruto de su dominio
de la escritura y de su experiencia en el conocimiento humano.
Me ha resultado oportuno y enternecedor que la autora
‘rescate’ el diario de Lolita. Eso le permite bucear en la personalidad del
personaje y acercarnos a la sensibilidad de una niña en un periodo que abarca desde
los ocho a los dieciocho años. No siempre resulta fácil manifestar lo que se
desea dejar escrito a través de los ojos de un personaje lejano en el tiempo y
en la cronología.
Lolita escribe su diario, Dolores Hace, su hija, también
escribe, desde su actualidad de enferma terminal, basándose en las notas que
tomó a los veinte años para explicarnos su periplo con un padre viudo y hermético.
El paralelismo es evidente, y la intertextualidad se hace presente a lo largo de la novela.
Es un libro para leer despacio, porque está lleno de
recovecos que en una pasada presurosa corren el riesgo de pasar inadvertidos. Oí
a un escritor decir ‘escribo para lectores inteligentes’ y, obviando la
pedantería, debo reconocer que en una primera lectura algunos detalles de este
me pasaron desapercibidos. La segunda lectura me pareció más sabrosa.
La edición es cuidada, de un buen gusto que abriga
oportunamente la calidad del relato, la portada sugerente y adecuada.
Recomiendo la novela encarecidamente.
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