El
libro que nos ofrece ahora -en estupenda edición de ‘La Fea Burguesía’- es la
crónica de un viaje –quizás varios- por tierras tan lejanas y desconocidas que
resultan sorprendentes, casi mágicas, para el común de los mortales de este
lado del mundo.
Allá abajo, en el confín, es una crítica mirada sobre el paisaje que condiciona de forma definitiva la existencia de los seres que lo pueblan y expone con crudeza las dificultades a las que viven sometidos, una sabia mezcla de las crónicas extraídas de las lecturas que va desgranando a lo largo de la obra, constatadas por la experiencia inmediata del experto viajero que se deja empapar por la realidad que lo circunda a cada paso del recorrido. La multitud de referencias que disecciona como cirujano experto van convirtiéndose en su guía dejándonos -como Pulgarcito los guijarros o las migas de pan-, un rastro imborrable para el que tenga la curiosidad de seguirlos.
Lo
que haya de crónica extraída de las lecturas y de experiencia directa, es
amalgama que queda a la facultad del autor.
La
obra se estructura en tres apartados, TIERRA, AGUA y VIENTO que responden a
tres realidades geográficas diferentes, aunque próximas, y a tres grupos
humanos distintos. Los tres relatos están incardinados por un denominador
común: el retrato de la feroz injusticia de unos hombres y estamentos
prepotentes y crueles sobre sus semejantes a los que se priva de la condición
humana para acabar exterminándolos.
La
llegada de los conquistadores españoles dará al traste con la vida mapuche a
pesar de los intentos infructuosos de los Parlamentos en que ambas partes se
esforzaban por tender unos puentes que acabaron desmoronándose. Los españoles
hubieron de reconocer su incapacidad de dominar aquella tierra por la violencia,
y los mapuches aceptaron con resignación que la presencia española en sus
tierras era irreversible. Los misioneros salesianos completaron la faena hasta
que en 1881 fue arrasada la resistencia mapuche, ‘se decretó la Araucanía como
propiedad fiscal y se procedió a colonizar las tierras’. (53).
En
AGUA, el autor se adentra en ‘un laberinto de canales, bahías e islas’ (83) que
a decir del capitán James Cook cuando visitó el canal Beagle en 1774, ‘No hay
en la naturaleza otro sitio que presente tantas salvajes y horripilantes
visiones’. Nos introduce en el ‘mundo de los canoeros’ que ‘construían sus
viviendas a partir de una estructura de ramas curvadas recubiertas de pieles,
rápida de levantar y desmontar’ (87), en el mundo kaweskar, del País de
Ayayema, vecino a los yaganes sobre los que Darwin haría desafortunados
comentarios. Nos llevará a conocer a los onas o selknam, ‘gente de a pie’ de la
Isla Grande de Tierra de Fuego que se movían en torno al Lago Fagnano y se
alimentaban de guanacos, hasta que aquella tierra se convirtió en un atractivo
polo ‘para aventureros, desarraigados o soñadores’ (118) lleno de docenas de
millones de ovejas. Los últimos selknam fueron cazados por los aventureros
europeos como si fueran alimañas.
El
ultimo hito en el peregrinar del autor –VIENTO-, es la Patagonia argentina,
Puerto San Julián, que guarda memoria desde los tiempos de la expedición de
Magallanes de 1520 hasta que se convirtió en el primer productor mundial de carne
y lana a principios del S. XX. Allí vivieron los originarios pobladores
–aonikenk y teleuches- hasta desaparecer estragados por las enfermedades y el
alcohol llevados por el hombre blanco.
Hacia
1920 se había consolidado la ganadería en la Pampa argentina y establecido el
sistema de transporte en enormes carros de ocho caballos, hasta el pie de los
dos ferrocarriles que llegaban hasta las grandes ciudades. Las terribles
condiciones de trabajo de los miles de operarios extranjeros en la Pampa tienen
como resultado la huelga masiva de trabajadores rurales de 1920. Las ultima páginas
del libro están dedicadas a narrar sus consecuencias y el exterminio de gran
parte de los revoltosos.
No
se lo pierdan.
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