martes, 21 de octubre de 2025

EN LOS CONFINES DEL MUNDO

Es un dicho común entre los beduinos del Sahara que no se conoce por completo a una persona hasta que se ha viajado con ella. Yo he viajado con Alejandro en varias ocasiones, algunas en circunstancias difíciles, lo que me ha proporcionado cierta facilidad para acercarme a la persona y más tarde a su obra, que he ido desmenuzando a lo largo de los años; quizás por eso me avecino a ésta con el cariño del camarada y la curiosidad del que también se permite algún escarceo literario.

El libro que nos ofrece ahora -en estupenda edición de ‘La Fea Burguesía’- es la crónica de un viaje –quizás varios- por tierras tan lejanas y desconocidas que resultan sorprendentes, casi mágicas, para el común de los mortales de este lado del mundo.

Allá abajo, en el confín, es una crítica mirada sobre el paisaje que condiciona de forma definitiva la existencia de los seres que lo pueblan y expone con crudeza las dificultades a las que viven sometidos, una sabia mezcla de las crónicas extraídas de las lecturas que va desgranando a lo largo de la obra, constatadas por la experiencia inmediata del experto viajero que se deja empapar por la realidad que lo circunda a cada paso del recorrido. La multitud de referencias que disecciona como cirujano experto van convirtiéndose en su guía dejándonos -como Pulgarcito los guijarros o las migas de pan-, un rastro imborrable para el que tenga la curiosidad de seguirlos.

Lo que haya de crónica extraída de las lecturas y de experiencia directa, es amalgama que queda a la facultad del autor.

La obra se estructura en tres apartados, TIERRA, AGUA y VIENTO que responden a tres realidades geográficas diferentes, aunque próximas, y a tres grupos humanos distintos. Los tres relatos están incardinados por un denominador común: el retrato de la feroz injusticia de unos hombres y estamentos prepotentes y crueles sobre sus semejantes a los que se priva de la condición humana para acabar exterminándolos.

 TIERRA arranca con el impactante ritual propiciatorio de una machi (‘mujer que atesora conocimientos ancestrales, médium de lo intangible y curandera’ (23) que mantendrá atrapada la atención del lector hasta el final de las letras, pues ‘el tema Mapuche nunca ha dejado de estar presente en la historia chilena y en la redefinición de lo Chileno’ (26), como reflejó Alonso de Ercilla, hacia 1557, ‘cobijado en su tienda de campaña en las noches de lluvia, viento y frío, en tensión permanente por la posibilidad de un ataque enemigo y alumbrado por una vela, componiendo su grandioso poema, La araucana’ (28).

La llegada de los conquistadores españoles dará al traste con la vida mapuche a pesar de los intentos infructuosos de los Parlamentos en que ambas partes se esforzaban por tender unos puentes que acabaron desmoronándose. Los españoles hubieron de reconocer su incapacidad de dominar aquella tierra por la violencia, y los mapuches aceptaron con resignación que la presencia española en sus tierras era irreversible. Los misioneros salesianos completaron la faena hasta que en 1881 fue arrasada la resistencia mapuche, ‘se decretó la Araucanía como propiedad fiscal y se procedió a colonizar las tierras’. (53).

En AGUA, el autor se adentra en ‘un laberinto de canales, bahías e islas’ (83) que a decir del capitán James Cook cuando visitó el canal Beagle en 1774, ‘No hay en la naturaleza otro sitio que presente tantas salvajes y horripilantes visiones’. Nos introduce en el ‘mundo de los canoeros’ que ‘construían sus viviendas a partir de una estructura de ramas curvadas recubiertas de pieles, rápida de levantar y desmontar’ (87), en el mundo kaweskar, del País de Ayayema, vecino a los yaganes sobre los que Darwin haría desafortunados comentarios. Nos llevará a conocer a los onas o selknam, ‘gente de a pie’ de la Isla Grande de Tierra de Fuego que se movían en torno al Lago Fagnano y se alimentaban de guanacos, hasta que aquella tierra se convirtió en un atractivo polo ‘para aventureros, desarraigados o soñadores’ (118) lleno de docenas de millones de ovejas. Los últimos selknam fueron cazados por los aventureros europeos como si fueran alimañas.

El ultimo hito en el peregrinar del autor –VIENTO-, es la Patagonia argentina, Puerto San Julián, que guarda memoria desde los tiempos de la expedición de Magallanes de 1520 hasta que se convirtió en el primer productor mundial de carne y lana a principios del S. XX. Allí vivieron los originarios pobladores –aonikenk y teleuches- hasta desaparecer estragados por las enfermedades y el alcohol llevados por el hombre blanco.

Hacia 1920 se había consolidado la ganadería en la Pampa argentina y establecido el sistema de transporte en enormes carros de ocho caballos, hasta el pie de los dos ferrocarriles que llegaban hasta las grandes ciudades. Las terribles condiciones de trabajo de los miles de operarios extranjeros en la Pampa tienen como resultado la huelga masiva de trabajadores rurales de 1920. Las ultima páginas del libro están dedicadas a narrar sus consecuencias y el exterminio de gran parte de los revoltosos.

 Hay muy pocos juicios de valor a lo largo del libro, Alejandro expone antes que opinar, el lector queda emplazado a enfrentarse con esa categoría arrostrando la responsabilidad de su propio juicio. Un trabajo de historiador absolutamente recomendable en el que cada uno podrá extraer sus propias conclusiones sobre las consecuencias de las colonizaciones en general y de las que aquí se trata en particular. En definitiva, del comportamiento de unas sociedades ‘más avanzadas’ sobre otras, y preguntarse dónde reside la razón moral para sustituir a los habitantes de una tierra –después de exterminarlos- por otros que disfrutan de un estatus más poderoso o más avanzado desde el punto de vista de la ‘civilización’.

No se lo pierdan.



 

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