Los
ensayos de Antonio Campillo están tan llenos de contenido que requieren
-exigen- del lector no avezado en vericuetos filosóficos, la dedicación que no
prestaría a lecturas de menor calado o simple entretenimiento. Resultan, sin
embargo, imprescindibles para la meditación sosegada sobre los candentes temas
que suele tratar. Dirán los que pretendan mirar hacia otro lado menos incómodo
y de menor realidad que son agoreros. Nada más lejos de la desagradable realidad.
El suyo es un análisis tan certero como realista del lamentable destino a que,
entre todos, hemos conducido nuestro mundo y a nuestros semejantes menos
favorecidos por el azar y la geografía.
CAPITULO
1. EL GIRO ESPACIAL DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA
En
el primer capítulo Antonio Campillo reflexiona sobre los fenómenos recientes
que han modificado de forma drástica las condiciones espaciotemporales de la
experiencia humana, el descrédito de la
moderna idea de progreso, la crisis ecosocial del capitalismo y las nuevas
tecnologías del transporte, la información y la comunicación (11), han
supuesto un revulsivo para la cultura imperante hasta ese momento que había
centrado su reflexión en el tiempo, tanto el psíquico como el histórico,
potenciando la necesidad de orientarse hacia el concepto de espacio desde la más inmediata espacialidad del
cuerpo vivido y de su entorno vital hasta los grandes conflictos geopolíticos y
riesgos ecológicos (17).
El
giro espacial afecta a las ciencias biológicas, a las histórico-sociales, a la
creación artística y a las ideologías políticas. Campillo analiza
minuciosamente los efectos en cada una de ellas, centrándose en el entrecruzamiento entre lo global y lo
local (26) y documentando sus afirmaciones con notable bibliografía
(Sloterdijk, Paquot, Younes,Foucault, Varela, y una innumerable relación de
autores más), teniendo en cuenta que el
cambio de paradigma provocado por el giro espacial no consiste en privilegiar
el espacio e ignorar el tiempo, sino en repensar las relaciones entre ambos,
dado que son dos dimensiones básicas e inseparables de la experiencia humana
(26)
Para
entender la historia de las sociedades humanas desde su origen y su relación
con el medio que las sustenta, es imprescindible aceptar que todos los
acontecimientos humanos tienen lugar en un entorno determinado, de la misma
forma que resultaría imposible comprender la Historia sin contemplar el entorno
geográfico en el que se desarrollan los acontecimientos. Después de un breve
vistazo a la historia de la humanidad desde las células procariotas, hace 3.500
millones de años, hasta el homo sapiens
hace unos 250.000 años, concluye que: Necesitamos una democratización radical de
todas las relaciones sociales en todas las escalas territoriales, desde los
municipios y las regiones hasta los grandes organismos continentales y
mundiales, pues los humanos mantenemos relaciones de poder y de responsabilidad
en todas esas escalas, sea cual sea la nacionalidad registrada en nuestro
pasaporte (42)
CAPITULO
2. LAS DOS GRANDES CONTRADICCIONES DE LA SOCIEDAD GLOBAL
Los
más de 7.670 millones de seres humanos que poblamos la Tierra nos enfrentamos a
dos grandes contradicciones, la “globalización
amurallada” y los “límites del
crecimiento ilimitado” (44). Paradójicamente asistimos a la aparición de partidos y gobiernos xenófobos que pretenden
construir sociedades cerradas y jerarquizadas en función de la nacionalidad,
con el lema “nosotros primero” (45), para lo que se hace necesaria la
construcción de barreras que que tienen como objetivo impedir el derecho de las
personas a circular libremente abundando en la tesis de Adela Cortina de la
“aporofobia”: no se odia al extranjero per se, sino al extranjero pobre que busca
“un lugar en el mundo”.
El
crecimiento tiene límites cada vez más cercanos, se están agotando los recursos naturales básicos, agua dulce, tierras
cultivables, bosques, pesca, minerales estratégicos y combustibles fósiles
(49).
Sería
esperanzador el objetivo del “desarrollo sostenible” que la ONU propuso hace más
de 30 años si no fuera porque esa expresión se encuentra en la actualidad por
completo desacreditada, y sin embargo, las
relaciones sociales que los humanos mantenemos unos con otros dependen de las
relaciones ecológicas que mantenemos con la naturaleza circundante, y viceversa
(50)
El
blindaje de las fronteras supone que millones de desplazados [a finales de 2018 había 70,8 millones de
personas desplazadas forzosamente en todo el mundo (51)] no encuentren
acomodo en otros territorios y permanezcan hacinados en campamentos donde
subsisten en medio de la precariedad y la miseria, por no hablar de los que
mueren intentando cruzar el Mediterráneo. [Entre
2000 y 2018 murieron más de 40.000 personas en el Mediterráneo tratando de
llegar a Europa (52)]. La
tendencia es que a los 26,4 millones de personas desplazadas por motivos
ambientales habrá que sumar a los entre 250 y 1.000 millones que según el
informe del PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente)
abandonarán en los años próximos sus hogares a causa del cambio climático.
Estos
fenómenos han dado lugar a un proceso de apropiación y acaparamiento de tierras
mediante el cual entre 2006 y 2011
gobiernos y empresas adquirieron más de 200 millones de hectáreas de tierra en
otros países (59), proliferando la existencia de monocultivos que propician
una agricultura esquilmante, que una vez colmatados los años de producción
intensiva de los suelos, las abandonan para buscar tierras nuevas, dejando tras
de sí desolación y miseria. Este proceso convierte el agua dulce y la tierra cultivable en bienes de interés especulativo
(59), con lo que ello conlleva de control sobre el precio de los alimentos.
Todo
ello se traduce en la expulsión masiva de comunidades locales que se orientan
en primer lugar hacia las ciudades y en segundo, de los países pobres a los más
ricos, provocando el rechazo xenófobo y alimentando la aparición de muros y
fronteras.
CAPITULO
3. ¿DE QUIEN ES LA TIERRA?
¿Cómo
se justifica la posesión de la Tierra y de los seres que la habitan? Basándose
en el concepto de soberanía, fundamento jurídico-político del Estado como
sujeto creador y mantenedor de las leyes, sea cual sea su forma de gobierno y
su escala territorial, Estado o nación (64), que supone gobierno sobre algo
y sobre alguien, sobre un conjunto de personas y cosas.
Desde
los tiempos del Código de Hammurabi, la soberanía del estado se apoya en un
supuesto vinculo sagrado (Marduk en aquel caso) para lograr el bienestar de las
gentes, que en tiempos posteriores adopta dos formas diferentes: el mito
ateniense de la autoctonía y el mito judío de la tierra prometida. Ambos, en
sus dos diferentes modalidades, tienen por objetivo legitimar su dominio sobre
el territorio que ocupan sus seguidores y el que puedan ocupar en el futuro, basándose
en el concepto de terra nullius, el
derecho a ocupar legítimamente el territorio que no tiene dueño y que, por
tanto pertenece a quien lo ocupe. La trampa está en que los espacios ocupados
por conquista también se convierten en terra
nullius. Ejemplos, sobrados: los territorios ocupados por los países
“colonizadores” a lo largo de toda la historia.
Como
consecuencia de esa posesión publica de la tierra (imperium), en la sociedad capitalista se impone otra posesión
privada o económica (dominium), una
propiedad ejercida por el propietario, adquirida por diversos métodos
(concesión pública, herencia, donación o compra) y garantizada por el estado.
Ello incluye lo que Marx llama "capital", es decir, la apropiación de privada, por un lado de
los medios de producción colectivos que hacen posible el sostenimiento de la
sociedad, y por otro de los frutos del trabajo humano (71).
¿Tenemos
todos los humanos igual derecho a ocupar la Tierra que no pertenece nadie y por
lo tanto puede ser habitada por todos? Responderá Campillo con una cita de Ana
Arendt en Los orígenes del totalitarismo:
necesitamos “una nueva ley en la Tierra”, un nuevo régimen jurídico-político de
alcance cosmopolita que garantice el cumplimiento efectivo de los derechos
humanos en toda la Tierra, comenzando por el “derecho a tener derechos” (93)
CAPITULO
4. LA TIERRA URBANIZADA Y EL DERECHO A LA CIUDAD
Desde
el inicio de la humanidad, los primeros asentamientos permanentes, coincidiendo
con la agricultura y la estabulación de animales, fueron alrededor de las
“ciudades de los muertos”, es decir de los lugares de enterramiento de los antecesores,
a los que ya se sintieron ligados para siempre. Las tradicionales visitas a las
“ciudades de los muertos” que en todas las culturas se manifiestan dan buena
cuenta de ello.
La población mundial sigue creciendo
vertiginosamente y se ha triplicado en menos de setenta años, pasando de 2.525
millones en 1950 a 7.670 en 2018
(102). Este fenómeno tiene una especial vertiente: se agudiza en lo que a
densidad de asentamientos se refiere: cada vez más la gente tiende a agruparse
en núcleos urbanos donde el acceso a los servicios y a mejores condiciones de
trabajo se suponen más accesibles. En
2018 había en el planeta 43 megaciudades con más de 10 millones de habitantes,
encabezadas por Tokio (102)
La
historia de las ciudades recorre tres momentos bien definidos: la revolución
neolítica, la aparición de los estados ciudad y la Revolución Industrial que
desembocan en el papel primordial de los agrupamientos locales. En las ciudades se concentran hoy las
mayores desigualdades económicas, las mayores bolsas de desempleo, pobreza y
exclusión social, la mayor diversidad étnica y cultural, las más extremas
formas de violencia, las mayores dificultades de suministro de recursos básicos
(vivienda, agua, energía, alimentos, etc.) y de servicios públicos (educación,
sanidad, transporte, centros culturales y deportivos, etc.), el mayor
porcentaje de vertidos (residuos urbanos, contaminación del aire, etc.) y, por
último, todo tipo de conflictos sociales relacionados con la gestión política
de estas diversas dimensiones de la convivencia urbana (104)
La
situación actual exige el establecimiento de una justicia que va más allá del
modo de relacionarnos unos con otros para adentrarse en el campo de las
relaciones que mantenemos con nuestro entorno vital. Es este aspecto, Campillo
se remite a los postulados de otros filósofos (Nancy Fraser, W. Soja) y a las
diferentes clases de justicia enunciadas por la primera: Justicia como redistribución, como reconocimiento, como acceso a la
representación, y a la justicia ambiental o ecológica.
Acaba
citando a Arendt : El derecho a tener “un
lugar en el mundo” es el más básico de todos los derechos porque reconoce el
vínculo inseparable entre el cuerpo viviente y el entorno vital, el lugar que
habita cada uno y el mundo que comparte con los demás, la libertad personal y
la pluralidad de los otros igualmente libres, el estatuto de ciudadanía y la
pertenencia a una ciudad que es a la vez un espacio físico una comunidad
política (112).
No estamos a la entrada del infierno de Dante para perder toda esperanza, pero ¿se hará cierta la cita de Gramsci: "lo viejo no acaba de morir, lo nuevo no acaba de nacer, y en el claroscuro surgen los monstruos?
Como es habitual en los ensayos de antonio Campillo, el número de referencias, citas y bibliografía convierten este libro, tan breve cuanto intenso, en motivo de reflexión y consulta permanente.
Imposible recoger la cantidad de ideas que brotan de sus páginas "cual manantial sereno". Altamente recomendable.