Mariano Sanz Navarro
LEANTE,
LUIS, Mira si yo te querré,
Alfaguara, Barcelona, 2007- Premio Alfaguara, 2007
Lo
normal es que un premio Alfaguara no defraude. El caso de esta novela no es una
excepción, sino una potente reafirmación. Después de su lectura el sabor de la
arena del desierto movida por el irifi,
parece rechinar entre los dientes invitando a sumergirse en su lectura de
nuevo.
Si
los ambientes que en el libro se describen –los campamentos saharauis de la
hammada de Tinduf, El Aiún saharaui, la Barcelona de la época-, son bien
conocidos por quien esto escribe, el placer se convierte en algo íntimo y
participativo.
Que
Luis Leante escribe bien continúa la retahíla de obviedades, esta novela es
buena muestra de ello. Resulta fácil imaginar al autor compartiendo
"mili" con esos soldados de la Legión que tan bien describe, paseando
por el barrio de Hata-Rambla, que en su día formaría parte de la rebelión
saharaui que culminó con el abandono de España; sumergiéndose en el inclemente
desierto y formando parte del éxodo saharaui hacia Tifariti y más tarde hacia
Tinduf.
La
novela nos sitúa en los últimos tiempos de las tropas españolas –finales de
1975- en la que fuera provincia española nº 51 hasta su vergonzoso abandono por
el gobierno español. La “Operación Golondrina” consistió en la repatriación del
ejército y los civiles –difuntos incluidos-, mientras España se debatía en los últimos
estertores del franquismo, enfrentado a la transición que se avecinaba en un
horizonte de negros nubarrones. Hassan II, aconsejado por el socio americano,
no desaprovecharía la ocasión lanzando “La marcha verde” hacia el sur, mientras
el ejercito mauritano avanzaba hacia el norte buscando su parte del botín.
Una
doctora barcelonesa, un bribonzuelo conquistador de incautas adolescentes
devenido en legionario, unas mujeres saharauis secuestradas por militares
corruptos, los exiliados en la hamada argelina, y otros variopintos personajes,
son los mimbres con los que Leante compone un ágil relato de prosa impecable.
A
través de Montse, la protagonista, nos descubre la miseria ignorante de Rabuni,
la ciudad-villorrio en cuyos arrabales se hacinan los pobres entre los pobres.
El joven conquistador, más tarde legionario, participa en el éxodo saharaui
hacia Tifariti y luego hasta la áspera hammada de Tinduf, en tierra argelina.
Allí subsisten -no se sabe cuántos-, aquellos huidos y sus descendientes, en
tiendas de lona y precarias construcciones de adobe que las lluvias se
esfuerzan por destruir periódicamente. El estado español y sus distintos
gobiernos, ricos en promesas desde que el entonces príncipe asegurara a los
saharauis que no los abandonaría, se plantean periódicamente las consecuencias
de aquella huida y la situación de los miles de almas abandonados en las
soledades yermas. España nunca cedió a Marruecos la soberanía sobre el
territorio (si es que la tenía) pero ante la dolorosa y difícil cuestión, todos
los gobiernos se han apresurado a olvidar el asunto con similar presteza.
“Podríamos
excavar cimientos, construir edificios, trazar calles, hacer alcantarillados.
Pero eso significaría que nos hemos dado por vencidos” (175), dirá uno de
aquellos exiliados forzosos. Y así seguimos, cuarenta y tantos años después.
Un
único pesar queda después de la lectura: no haber descubierto la novela antes.