Mariano Sanz Navarro
CASTILLO GALLEGO, RUBÉN, Muro de las lamentaciones, Baile del Sol, 2017
CASTILLO GALLEGO, RUBÉN, Muro de las lamentaciones, Baile del Sol, 2017
Coincido con
Rubén en varios de los gustos por los que manifiesta decantarse en la solapa
del libro y rechazo, como él, la homeopatía, las dietas y la gente pesada,
añadiendo de mi cosecha a los que tosen en los conciertos.
Rubén
escribe magistralmente, o sea, digno (aunque difícil) de imitar. Eso no es
ninguna novedad, lo supimos en El globo
de Hitler, Anillo de Moebius, Palabras en el tiempo o la más reciente Los días humillados, amén de numerosos
cuentos y ensayos publicados con anterioridad.
Este libro
de relatos, Muro de las lamentaciones,
además de estar bien escrito, es redondo. No tiene resquicio por dónde meter la
tijera del perfeccionista. Cada uno de los cuentos está perfectamente
estructurado, tiene la longitud justa para mantener en vilo la atención del
lector y el desenlace inopinado que constituya la guinda que deja buen sabor de
boca.
Me ha pasado
con este libro como me pasa con pocos: que terminado un cuento no me apetece
seguir con el próximo. Una razón es la de recordar, digerir pausadamente lo
leído, otra, regocijarme con la espera a sabiendas de que voy a enfrentarme con
una sorpresa que no quiero anticipar, como los niños que dejan lo más exquisito
del pastel para el final.
Había
pensado destacar alguno de los cuentos que me hubiera gustado de forma especial
(en todos los volúmenes de relatos siempre hay uno, o varios, que impactan
especialmente al lector, y no siempre son los mismos los que impresionan a cada
uno. Eso presta indudable encanto a la diversidad de temas), pero a la hora de
escogerlo, me ha resultado difícil; cada uno de los relatos, de forma
diferente, me ha dejado el regusto de la buena literatura, difícil de encontrar
en nuestros día a pesar de la profusión de publicaciones; quizás porque el
género que Rubén cultiva en este libro, es de los que mejor concuerdan con mi
estilo de afrontar la escritura.
Han quedado
titilando en el recuerdo, tres:
CARTAS DE
WENDY
El untersturmfürer Wilhem Schwerin termina
la guerra de forma abrupta sin llegar a saber que los papeles que Rubén le ha
puesto en la mano podrían ser las cartas que Kafka (FK) envió, durante las
últimas semanas de su vida, a Elsi, la niña conocida por casualidad en el parque
Steglitz de Berlín, una tarde en que lloraba desconsolada la pérdida de su
muñeca Brígida. Franz, el mago, sabía que la muñeca no se habia perdido, sino
que habia emprendido un largo periplo cuyas incidencia iría relatando a Elsi en
cartas sucesivas. Algo sospechó el untersturmfürer
Wilhem Schwerin cuando leyó la frase que aparecía al final de cada misiva: Le dicto estas cartas a mi amigo FK. para
que te las entregue, porque desde el
principio intuyó que algo oscuro de encerraba tras aquellas palabras. (35)
Pero ya no había tiempo para más averiguaciones, arrojó las cartas a la chimenea y las hizo arder. (37) El final, a
disposición de ustedes.
DOS CUENTOS
PARA QUE USTED LOS ESCRIBA
En este
relato encontramos al Rubén más exquisitamente divertido, en un terreno que recorre
con soltura: el de la broma capaz de esconder realidades que invitan a la
reflexión. Aquí, el magisterio de la narrativa meta-literaria se encuentra en
estado puro. Aunque escribir es una tarea
en la que el primer paso siempre es el más complejo de dar (59), en el
primero de los cuentos se describe la trayectoria vital de un personaje
alrededor de un adminiculo imprescindible: el chupete que inicia y cierra el
ciclo vital del personaje.
El segundo
cuento que brinda al escritor primerizo, igual de ingenioso, trata de un
fracasado (figura con la que el lector empatiza de inmediato), que se ha habituado a programar sus sueños, a
decidir qué quiere soñar por las noches (71). La aventura, que acaba mutando
en el drama presentido en el sueño, se convierte en realidad. Y hasta aquí
puedo contar.
EL ÚLTIMO
CABALLERO ANDANTE
Todos los
que escribimos hemos sentido, en un momento u otro, la tentación de hacer un
guiño cervantino, ardua empresa de la que solo salen victoriosos algunos
maestros, como Andrés Trapiello. Rubén lo logra plenamente en esta magistral
descripción de los padres del inventado protagonista, que bien pudiera haber
sido incluida en las paginas originales sin desdoro alguno: Martín llamábase mi padre y era altiricón,
de buen conformar y propenso a las magras (del crecimiento constante de las
cuales su cuello y su rostro eran fiel indicio, y su andorga cumplida
demostración); Felisa es mi madre, áspera de trato y flaca como el espíritu de
la golosina, amén de proclive al ánimo taciturno. (92)
Resumiendo,
un magnífico libro de relatos que me ha llegado a las manos -con la exquisita
dedicatoria que no me resisto a reproducir más abajo-, y que recomiendo
vivamente.