La mayor parte de los
críticos literarios aplauden con fervor los volúmenes de relatos donde domina
una cierta homogeneidad temática o estilística. Y entre los ditirambos que les
dedican suele ocupar un lugar preponderante su condición de obras compactas u
“orgánicas”. En mi caso sucede, he de reconocer, lo contrario. Una de las
virtudes que más valoro en un libro de cuentos es, precisamente, lo variado de
su carácter. Es decir, la capacidad que muestre el autor para concebir,
edificar y llenar de brillo argumentos que resulten muy diferentes entre sí,
porque me parece que tal despliegue evidencia su esfuerzo, su voluntad de
mostrarse creativo en diversos ámbitos (y no sólo en su zona cómoda).
En ese sentido, Vampiros
y otros relatos, de Mariano Sanz constituye un ejemplo modélico del tipo de
obras que me gustan. Al principio, el lector puede formarse una idea equivocada
del tomo, porque los primeros textos lo introducen de lleno en la temática
vampírica; pero pronto descubre que hay muchas más cosas entre las páginas
excelentes de esta obra: homenajes literarios a Enrique Vila-Matas y Jorge Luis
Borges (“La desaparición del doctor Pasavento”); relatos de aparente crueldad que
se resuelven en clave humorística (“Leo”); emotivas historias de perros
adoptados (“Broc”); narraciones de gran fuerza, en las que los diferentes
protagonistas arrastran sus propias historias íntimas, dominadas por el sexo,
la ambición o el odio (“Una historia de playa”); inesperadas aventuras galantes
(“Don Gerías”); entusiastas de la obra cervantina que demuestran su fervor de
la manera más inesperada (“El Quijote tatuado”); hermosas reflexiones sobre la
dignidad humana y las conexiones entre vida y literatura (“El médano del
loro”); y, en fin, maravillosos apuntes costumbristas donde, con formato de
viñeta, se nos ponen ante los ojos las vidas de los esquiladores, los viejos
vehículos tirados con tracción animal, las barberías de antaño o el mercado que
se situaba junto al puente de los Peligros.
Dotado de una gran
elegancia y de una gran fluidez a la hora de contar, Mariano Sanz Navarro
consigue en las ciento sesenta páginas de este libro provocar nuestra
curiosidad, nuestro miedo, nuestra ternura, nuestra sonrisa y nuestro asombro.
Pero, por encima de cualquier otra emoción, consigue nuestro aplauso como
lectores. Es, siempre, el mejor de los triunfos.