José Antonio Sabater Albertus (Orihuela, 1962) en ediciones Libro Azul de Murcia, nos ofrece esta, su tercera obra ambientada en el difícil periodo abril 1933 a abril de 1939, fin de la guerra civil española.
La novela está situada en un espacio rural —ficticio— de la Vega media del Segura que el autor tan bien conoce y en ella aparecen los personajes típicos de la zona y el momento: el alcalde, el cura, el cacique, la guardia civil. Y entre ellos, el personaje central, la maestra novata que empleará —no sin dificultades— todo su esfuerzo en llevar a sus alumnos de ambos sexos, las enseñanzas que han de proporcionarles la posibilidad de alcanzar unos conocimientos, tanto técnicos como humanísticos que hasta ese momento les estaban vedados. Los acontecimientos frustraran sus esperanzas, pero eso conviene irlo desgranando en la lectura.
Podríamos encuadrar el libro entre los que narran “la pequeña historia” que tan imprescindible resulta para la edificación de “la gran Historia”. Nos relata, con conocimiento y maestría, los avatares que la maestra atraviesa en el desempeño de su ardua labor dificultada por el ambiente rancio que sostienen “las fuerzas vivas” ancladas en su inmovilismo ancestral. No resulta provechoso, para ellas, que a los niños se les proporcionen medios intelectuales que los ayuden a pensar y menos a analizar con mirada crítica la situación en que se encuentran. Su función principal es que nada cambie para que el mundo continúe siendo el lugar confortable en el que los privilegiados controlan la situación. Los niños en su lugar y las niñas en el suyo, que la promiscuidad es nociva.
La novela, escrita en un atractivo y cercano lenguaje, refleja la realidad de aquellos oscuros años en los que el caciquismo y la iglesia pugnan por mantener su estatu quo frente a la innovación que pretendía la Republica. [La gran vencedora de la Guerra civil ideológica y económicamente hablando fue la Iglesia Católica. (35)] No creo hacer spoiler si digo que el asunto acabó como acabó.
Aparecen en el libro personajes tan cercanos y coherentes con la historia narrada como el poeta Miguel Hernández o el trovero David Castejón, oriundo de Santomera este último, que al lector de la zona le resultan entrañables y familiares. Y al foráneo, seguro que no han de parecerle extraños.
Nos habla el autor, llevado sin duda por su celo de enseñante, de aquella Institución Libre de Enseñanza y de las Escuelas de Adultos [La Escuela de Adultos no era un mero entretenimiento, sino una importante herramienta cultural (234)], en las que tantas expectativas se habían depositado, malogradas por los desdichados acontecimientos que supusieron el levantamiento militar y la fratricida guerra subsiguiente.
Es, en definitiva, un interesante documento, íntimo y cercano que nos aproxima a unos acontecimientos que deberíamos mantener vivos en nuestra memoria.
Mariano Sanz Navarro