lunes, 19 de diciembre de 2016

‘LOS DíAS HUMILLADOS’, de Rubén Castillo Gallego.

CASTILLO GALLEGO, RUBÉN, Los días humillados, Murcialibro, 2016
Cuando se pone en circulación una novela es imprescindible tener una historia que relatar y la habilidad necesaria para contarla con agilidad. Es preciso, además, satisfacer al lector que espera que sucedan cosas a lo largo de la narración en una secuencia que no le resulte monótona, y que el remate lo sorprenda, o por lo menos no lo decepcione, pues el desenlace ha de ser lo que más fijado quede en el recuerdo.
Todas esas circunstancias, en una sucesión afortunada, se dan en Los días humillados de Rubén Castillo que edita Murcialibro en una colección, SOPORTALES, de venta exclusiva en la librería de Ramón Jiménez de Murcia.
Rubén Castillo Gallego (Murcia, 1966), escritor, crítico, ensayista, profesor, articulista, es autor de extensa trayectoria, con numerosas publicaciones y galardones a cuya prolija relación, remito al lector interesado: (http://www.compartelibros.com/autor/ruben-castillo-gallego/1). Aborda en este recién publicado trabajo un tema difícil y, afortunadamente, ya lejano en una época superada. Confiesa el autor que la novela ha dormido en el cajón hasta alejarse de los hechos que fabula, inspirados en acontecimientos reales. Los días humillados recrea la difícil situación vivida por su personaje, víctima de una situación terrorista. Probablemente se inspira en hechos reales ocurridos en nuestro país hacia mitad de los años noventa. La actividad de ETA y los secuestros que llevaron a cabo (algunos durante largos periodos), crearon un clima de terror que la población vivía con una normalidad resignada. El autor encarna con perfección a los personajes que mantienen al secuestrado en un zulo, a los que intenta comprender a pesar de la fría perversidad de que hacen gala: No fue un asesinato. Fue una ejecución, Txema. Una ejecución dictaminada por el pueblo (p.75), cuando se refieren a la figura invisible de Idoia, el terror que sobrevuela toda la obra: Idoia tomó cartas en el asunto: primero le encargó a Patxi que le diese una mano de hostias; luego ordenó que no se le diese de comer durante dos días; pero al final, como la sangre no se le calmaba (ya te digo que Idoia es muy suya y que no se conforma con medias tintas), se metió en el agujero y le voló la cabeza de un tiro. (P.28)
El fantasma de Idoia, la sanguinaria, planea sobre el relato como una sombra amenazadora e inquietante que amaga con aparecer en cualquier momento, manteniendo la tensión del relato.
Es difícil, para una sensibilidad ‘normal’, entender el código moral de unos individuos que se creen en situación de privilegio por el hecho de haber nacido en un lugar determinado, y que llevan su fantasía megalómana hasta imaginarse poseedores de un ADN que los hace diferentes al resto de los mortales, como si no pertenecieran a la especie HOMO SAPIENS igual que el resto de los habitantes de este planeta.
La insensible crueldad de los desapasionados verdugos que Rubén nos muestra con una aterradora carga de verosimilitud, hace que el asco y el rencor primero, y la tristeza ante lo terrible de la maldad humana después, inunden al lector: Se empieza a ser vasco por el nombre y por los apellidos. A ver si no. Mi padre se llamaba Koldo; mi madre, Garbiñe; mi hermana, Iratxe. Yo me llamo Julen, como sabes; y no tengo ni un solo amigo que no lleve con orgullo un nombre de aquí, que no enarbole apellidos patrios y que no se vanaglorie de ser euskaldún las veinticuatro horas del día. (P.32)
Los desalmados secuestradores apantallan su vileza en una pretendida guerra para la que ‘el pueblo’ los ha designado paladines: Saben que son las circunstancias las que imponen este tipo de actos, y nos aplauden en secreto cuando los acometemos. (P.19), intentando arrebatar la dignidad que es el bastión último de todo ser humano a su prisionero. Pero este, se rebela en lo más profundo de su ser (que en la novela se nos presenta en forma de intimo pensamiento), intentando buscar, en sus captores, alguna muestra de bestialidad externa que le explique su conducta llena de perversión: No es posible que alguien que encarcela y tortura a una persona con aquella calma gélida no estuviese señalado por algún estigma. Es triste sentirse feliz de un modo tan mezquino. Es patético saberse reducido a los hábitos de un animal silvestre. (P.13)
Hay en la obra múltiples mensajes: testimonios de una sensibilidad notable, historia que no debe olvidarse so pena de repetirla eternamente, (dijo Cicerón y repitió Nicolás de Avellaneda), y una reflexión sobre la estupidez a que puede conducirnos un nacionalismo violento que confunde el amor a la idiosincrasia con la exclusividad trasnochada e irreal.
Es novela coral, breve de personajes, que resultan perfectamente definidos y con suficiente intensidad dramática. Muy recomendable desde mi punto de vista.

Mariano Sanz Navarro